La duda es un mal acompañante, pero, quieras o no, siempre te acompañará. Y, hasta cierto punto, creo que es muy necesaria, porque, ella te descubrirá la medida de tu fe. Cuando tienes dudas experimentas realmente si tu fe está viva y si, apoyada en Xto. Jesús, vas superando todas las dificultades que te hacen dudar, que te producen miedos y que te invitan a dejarte llevar por las seducciones con las que este mundo te tienta invitándote a rendirte al mundo y sus encantos.
Porque, cuando eso se produce, quizás sin darte cuenta y por la astucia del Maligno, que sabe donde están tus debilidades, trata de alejarte de la presencia de Dios e inclinarte a la vida fácil, placentera donde el placer, las riquezas y el poder priman sobre lo demás. Por eso, conviene no apartarse de la presencia de Dios, y eso nos exige estar en activa oración, reflexión y constante unión con el Señor. Porque, lo sabemos y no podemos ignorarlo, la duda llegará.
Llegará disfrazada de tentación, de seducción, de placer, de comodidad, de vida fácil y placentera, de vanidad, de avaricia, de poder, de soberbia, de aspiraciones materiales y de suficiencia y de tantas cosas más a las que está sometida nuestra naturaleza humana. El camino de nuestra vida tienes muchos obstáculos donde el pecado - desobediencia a Dios - se disfraza de muchas maneras y esconde su malicia para llevarnos por el camino de la perdición.
Su primera intención es cortar nuestra amistad con Dios y, una vez la ha conseguido y nos ha aislado, someternos a su voluntad. Tiene muchos recursos para ello y, además, nuestra naturaleza herida y debilitada por los apegos y placeres humanos. Y si a eso consigue apartarte del Espíritu de Dios, que te vigoriza, te alimenta y te fortalece, te quedas en sus manos. Por eso, recuerda siempre en esos momentos de debilidad esa frase de animo que Jesús, tendiéndote la mano, te dice: "¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?"
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