Es la lógica humana, cuanto más amas, más misericordia y, por supuesto, perdón, alcanzas. Pero, también es la lógica Divina. Nos lo dice Jesús en el Evangelio de hoy: (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose...
La realidad es que cuando descubres el amor verdadero experimentas que no es posesivo sino todo lo contrario, libre. El amor es libre, porque, de no serlo, sería, no amor sino egoísmo. Y su mayor deseo y aspiración es el bien del ser amado., hasta el punto de llegar al extremo de dar su vida por él. Su aspiración máxima es conseguir la felicidad del ser amado. Es entonces cuando tu vida cambia y te sientes feliz pensando y dándote para la felicidad del ser amado.
¿Comprendes entonces lo que puede suceder cuando te encuentras verdaderamente con Jesús? Te lo puedes explicar en todo aquellos, desde María hasta el último que tú conozcas que se han encontrado con Él. En todos hay un denominador común, sus vidas han cambiado y todo ha quedado en un segundo plano. Él, el Señor, es lo primero y lo único amado y, todo lo demás, queda supeditado a Él.
Aquella mujer pecadora, de la que Jesús habla en el Evangelio, es muestra y ejemplo de lo que queremos transmitir y significar. Ella, experimentándose libre por el Amor Misericordioso de Jesús, le manifiesta su agradecimiento pleno y su disponibilidad de entregarse a corresponder, con ese mismo amor, en aras del bien, la verdad y la justicia. Un amor que se concreta en buscar la verdad que nos brinda paz y felicidad.
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