Lc 8,1-3) |
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Por tanto, el hombre y la mujer se complementan para formar entre los dos la imagen de Dios. Un Dios que se manifiesta como hombre y mujer, porque es Padre y Madre. Así lo dibujó Rembrandt en su cuadro, mostrando la diferencia entre sus manos y distinguiendo claramente una mano femenina de otra masculina.
La Iglesia es realmente Iglesia cuando en ella se cobija la familia. No obstante la Iglesia es la reunión de familias en torno al altar Eucarístico, dando así lugar a la reunión de la gran reunión o comunidad cristiana. Y dentro de esa reunión de pequeñas comunidades domésticas, la mujer ocupa un lugar predominante y central. Se ha dicho que la mujer es el centro de la familia, y no solo se dice, sino que se experimenta y comprueba que así lo es.
Posiblemente, los tiempos que corren están descentrando el valor fundamental de la mujer en la familia, que no está reñido con su rol social y, también necesario. Jesús ha querido constituir su Iglesia en torno a la familia. Familia que el formó con su Madre y Padre adoptivo José. Familia que se extiende a todos aquellos que cumplen la Voluntad de Dios, porque, solo cumpliendo la Voluntad de Dios encontraremos el Camino, la Verdad y la Vida que, precisamente, Él que lo es, nos señala.
Y la mujer tiene un papel muy importante. Así nos lo ha transmitido Jesús que se hizo acompañar, tal como nos dice el Evangelio de hoy, por muchas mujeres: En aquel tiempo, Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y
anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y
algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y
enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido...
Jesús rompe una tradición sobre la mujer y la hace partícipe de su misión dándoles misiones importantes en momentos puntuales de su misión. Solo hay que ver que la puerta por donde Jesús viene a este mundo es María, su Madre, y mujer bendita entre todas las mujeres.
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