Es cierto que Jesús nace en una familia. Necesita el calor de un padre y una madre y un hogar estable para crecer y madurar. La familia es la célula de la sociedad, y, Jesús, nace en una de tantas familias de su época donde transcurre sus primeros treinta años aproximadamente. Una familia sencilla y humilde en la que su padre adoptivo, José, desarrolla el oficio de carpintero para ganarse el sustento de cada día.
Sin embargo, la misión de Jesús no es quedarse en esa familia, sino la de formar una Nueva Familia, la Familia de los hijos de su Padre Dios, por y para lo que ha sido enviado a este mundo. Y eso Buena Noticia empieza a decírnosla en el Evangelio de hoy: (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».
Y así es. La Nueva Familia de Jesús son todos aquellos que cumplen la Voluntad de Dios. Y, por supuesto, con estas Palabras de Jesús - mi madre y mis hermanos... - viene a descubrir que tanto su Padre adoptivo, como su Madre cumplen con la Voluntad de su Padre del Cielo. Ambos han dejado su voluntad, sus ideas, sus proyectos para asumir y aceptar la Voluntad de Dios.
Ahora, nosotros podemos preguntarnos, ¿también ponemos nosotros primero en nuestra vida la Voluntad de Dios? ¿Y cuál es su Voluntad? ¿No nos lo dice Jesús en repetidas veces? Se trata, pues, de amar y amar.
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