Es bueno esperar, porque esperar supone esperanza. Esperanza de algo bueno o, quizás de algo malo. Lo cierto es que siempre estamos esperando, porque, esa es la realidad de nuestra vida, siempre se espera que suceda algo. El tiempo no se detiene, camina y siempre está en movimiento y, por lo tanto, evoluciona para bien o para mal.
Sin embargo, para el cristiano, esperar significa alegría, gozo, una vida nueva y la llegada de una Buena Noticia de Salvación. Vivimos la esperanza del anuncio que deseamos y esperamos. Muchos, igual sin saberlo, pero todos deseándolo en lo más profundo de corazón. Porque, todos esperamos al Libertador que nos libere de la esclavitud del pecado. De ese pecado que somete a nuestro cuerpo, del que somos nosotros sus prisioneros. Es, por tanto, la hora del Adviento.
Pero, ¿a quién esperamos en el Adviento? El Adviento nos trae la presencia del Mesías encarnado en el vientre de María, su Madre y, más tarde, también la nuestra. Un espera que nos traerá la Buena Noticia de Salvación que se concreta en esa Vida Eterna que todos deseamos. Pero, esa esperanza exige una espera activa, despierta, vigilante y atenta a la Palabra que nos anuncia el Camino, la Verdad y la Vida.
Una espera que también camina al ritmo de los pasos del Mesías que viene y que nos anuncia de Palabra y Vida el Amor del Padre Misericordioso y que nos promete eso que todos buscamos desde lo más profundo de nuestros corazones, la Vida Eterna.
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