sábado, 28 de noviembre de 2020

A LA ESPERA DEL FINAL

 

Acabamos el año litúrgico con el anuncio del final del mundo. Porque, todo lo que tiene principio tendrá fin, y si el mundo tuvo un principio, lógicamente tendrá un final. Pero, ese final nos lo anuncia Jesús advirtiéndonos de ciertas señales que se irán produciendo en el tiempo hasta su final total. Y, evidentemente, hay señales que nos van marcando una decadencia y un camino hacia la propia destrucción. Jesús lo ha anunciado y su Palabra siempre se cumple.

No cabe duda que, aun sabiendo que llegará la hora final, llegamos a perder la paciencia y a parecernos que ese prometido del final o está muy lejos o, incluso dudamos de que pueda llegar. Somos inconstantes, impacientes y débiles a las seducciones que el mundo nos propone. Y, desesperados nos abandonamos a la buena vida, a la bebida, a los vicios y damos la espalda a la presencia de Dios y a su promesa.

Al mismo tiempo, la vida nos va tejiendo una propia tela de araña en la que quedamos atrapados. Las prisas, los compromisos sociales, laborales y el vertigo de la propia inercia a que nos vemos sometidos ayudan a que nos olvidemos de que el mundo tiene su tiempo contado y desaparecerá. Necesitamos despertar y, agarrados al Señor, sostenernos activos y atentos, fortalecidos en la oración, tanto individual como colectiva - comunidad -. Porque, no podemos perder de vista que el compartir nuestra fe nos fortalece y  nos mantiene despiertos y atentos a esa segunda venida - promesa del Señor - donde se establecerá el Reino de Dios.

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