Mt 4,18-22 |
La llamada a la fe está impresa dentro de tu corazón. Dentro de ti mismo te sientes convocado a vivir la fe y a compartirla con otros donde experimentas fortaleza y te sientes apoyado. Esos sentimientos te descubren el noble deseo de hacer el bien y de amar a tus semejantes. Todos sabemos distinguir lo que está bien y lo que no lo está, y cuando actuamos - llevados por nuestros egoísmos, envidia, odio y deseos de venganza - mal, experimentamos remordimiento de conciencia. Es posible que no lo reconozcamos en algunos casos porque, nuestra conciencia se endurece y queda cegada y aprisionada en la cárcel del cuerpo.
Somos libres y gozamos de la capacidad para elegir el bien o el mal. Por tanto, depende de nosotros aceptar o no, a pesar de que tenemos muchas dificultades que nos esclavizan y someten, pero, contamos con el auxilio del Espíritu Santo que nos asiste, auxilia y nos guía si nos abrimos a su acción. Responder a esa llamada que no hace Jesús es responder al Espíritu Santo. Él es y debe ser nuestro guía y nuestro camino, porque su acción nos lleva al Señor.
Hoy, precisamente, hablaba con una indigente, que reconocía que era difícil salir de su propia indigencia. Y es verdad, le decía, pero, ¿qué se gana sin esfuerzo? Dios nos ha dado la capacidad y las potencias necesarias para luchar contra esa cárcel que nos esclaviza y nos oprime - nuestro cuerpo - y, lo que no podamos lo pone Él. Pero, es necesario nuestra colaboración, difícil y costosa, porque, con ella demostramos y probamos nuestra fe. No basta con decir creo, sino que la vida es ese tiempo donde tenemos la oportunidad de demostrarlo. Y Dios, nuestro Padre, espera que lo hagamos.
Y nos llama a ese reto, a ese seguimiento cada día de nuestra vida. Responderle es precisamente acudir a esa llamada que nos hace. Y esa respuesta se renueva cada día. Es decir, cada día tenemos una nueva llamada y una nueva invitación a seguir a Jesús, a pesar de esas dificultades con las que tendremos que enfrentarnos cada día.
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