Tienes un corazón donde se ha plantado la semilla de la vida, pero, a ti te toca poner la buena tierra, abonarla y regarla, para, luego dejar al Espíritu Santo que la cultive y dé los buenos frutos que de ti se esperan. Pero, de alguna manera necesita, digamos, un jardinero que la cuide y que la riegue todos los días.
Eres libre. Dios te ha dado la libertad para que tú elijas el camino a seguir. Y, precisamente, esa libertad es la que te exige responsabilidad y esfuerzo. El esfuerzo de la oración, de la escucha atenta de la Palabra y la expectación atenta y vigilante a la presencia del Señor en tu vida de cada día. Y ten confianza y paciencia. Mira para María, tu Madre, y fíjate en su actitud, en su paciencia, en su fe y confianza.
Y, como sin comprender muchas cosas, se mantuvo humilde, doblegada y esclava de la Voluntad del Señor. Mucho aprendemos de nuestra Madre María y, tratando de ser buen hijo perseveremos cuidando la buena tierra de nuestro corazón abriéndola cada día con el agua de la Gracia y la Palabra de Dios. El resto vendrá por añadidura, ten confianza. El Espíritu de Dios camina con nosotros y hará que nuestros frutos sean abundantes y buenos.
Seamos, pues, nosotros, ahora, la voz que proclama en el desierto de este mundo que vive de espalda a Dios. Y, como Juan lo hizo preparando su camino, hagámoslo nosotros ahora proclamando su Palabra y su Misericordia. Él Espíritu está para iluminarnos y asistirnos.
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