La razón no puede comprender el Misterio de Dios. Un Dios creador del mundo, de todo lo visible e invisible y encarnado en naturaleza humana no es asumible ni entendible para la razón humana. Por tanto, la única posibilidad que nos queda es la fe. Creer sin ver, porque esa es precisamente la esencia de la fe. Fiarse de la Palabra de Dios. Crees o no crees. Vives según la Palabra de Dios, o vives según la tuya. No hay otro camino. Vida o muerte. ¡Ahora escucha! En este día, te doy a elegir entre la vida y la muerte... -Dt 30, 15-20 -.
Ahora, tampoco se trata de creer a ciegas. Hay mil y una razones para creer. Para eso, Dios se acerca, toma naturaleza humana y se hace hombre - la encarnación - en todo igual que nosotros menos en el pecado. Y lo hace de forma humilde, pobre, sencilla. Sin ruidos, ni bombos y platillo. Desapercibido, oculto, entre los pobres y como un pobre más. Y así vive, pobre y sin ataduras que le puedan quitar la libertad. Su Vida y sus Obras nos revelan su Divinidad y dan testimonio de que su Palabra es Palabra de Dios.
Él es la Luz que viene y alumbra a todo hombre. A todos los hombres que abren sus corazones a su Palabra. No la impone, la propone y espera pacientemente a que tú y yo nos demos cuenta de que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Antes de su aparición en este mundo, Juan el bautista le prepara el camino. Él se declara como la voz que clama en el desierto y dice: «Éste era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
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