El Evangelio de Marcos resalta como el gentío buscaba desesperado a Jesús. Su fama de curar toda enfermedad, expulsar espíritus inmundos, sanar leprosos, devolver la vista y, sobre todo la vida, llevo al mundo de su época a asediarle hasta el punto de que no le dejaban ni tiempo para comer. Así lo describe Marcos en su Evangelio: (Mc 3,20-21): En aquel tiempo, Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer.
Ante tal atropello, su familia – preocupada por la seguridad de Jesús – entiende que su Vida corre cierta amenaza y peligro, y tratan de disuadirle. Le busca para que se retire y se aparte de ese compromiso que Él anuncia con tanto empeño y, dando muestras aparente de estar fuera de sí. Es evidente que no le entendían. Y hoy, sigue sucediendo lo mismo. Muchos no le entienden, y otros no le siguen porque eso les complican sus vidas. Sería bueno y conveniente reflexionar sobre nuestra propia postura. ¿Dónde nos encontramos nosotros? ¿Estamos también nosotros dispuestos hasta el extremo de entregar nuestra vida?
La actitud de Jesús, por la acción del Espíritu Santo, que dirige a su Iglesia – Colegio Apostólico – sabemos cuál ha sido. Su compromiso de Amor, enviado, y libremente aceptado, por su Padre, ha sido el de anunciar la Buena Noticia. Una Noticia donde el Amor es el centro de la vida que vive en la verdad y la justicia. Un Amor que nos salva por la Infinita Misericordia de Dios que, en Jesús, tiene su mayor expresión y compromiso. Jesús conoce y sabe cuál es su camino y no desiste. Está entregado a cumplir la Voluntad del Padre hasta el extremo de entregar su propia Vida. Y, por sus Méritos – Pasión, Muerte y Resurrección, gana para nosotros la Gloria de la Vida Eterna junto al Padre.
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