La fe movió a aquella mujer a buscar a Jesús. Había oído de sus curaciones a otras mujeres y de dijo « si logro tocar su manto, quedaré sanada» Eso, al menos, es lo que creyó aquella mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años y en lo que había gastado todo su dinero. El resultado lo sabes si lees el Evangelio de hoy: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Ahora, no te quede ahí, ni con la historia, ni con los hechos. Hoy, Jesús también camina, vive, pasa por tu lado y, ¿te atreves a tocarle su manto? ¿Crees en Él y que, sólo Él puede limpiar tu ceguera, tu enfermedad, tus pecados? Si es así, búscalo como aquella mujer y trata de acercarte a Él. Hoy lo tienes mucho más fácil. Está en el Sagrario esperándote. Pero, también, está en cada persona con la que te relacionas cada día. Tu corazón puede descubrir la presencia del Señor si trata de amar, de buscar el bien, la verdad y la justicia en todas las personas. Sobre todo, en aquellas que están más desfavorecidas, son más pobres y necesitan más auxilio.
El Señor no te pide lo que tú no puedes dar, y tienes y tenemos muy poco que darle al Señor. Mejor, nada, porque nada necesita el Señor de nosotros. Simplemente, lo único que podemos darle, y porque Él así lo ha querido, es nuestra fe. Creer en Él y en su Palabra y todo sucederá tal y como Él quiere. Eso fue, precisamente, lo que le pidió a Jairo: «No temas; solamente ten fe». Y eso mismo nos dice a nosotros. ¿Qué respondemos? Y si nuestra respuesta es afirmativa, ¿cómo se lo demostramos al Señor? Porque, no todo consiste en hablar y decir, sino que a cada palabra corresponde una acción. Por tanto, busquemos al Señor y, confiados en Él, tratemos de tocar su manto.
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