Y
sigue todo igual. Hoy sucede lo mismo. Buscamos al Señor para que intervenga en
nuestro favor y nos solucione ese problema que nos echa el mundo encima, o esa enfermedad
que mata a un ser querido o a nosotros mismos. Y, también, nos acordamos de
nuestra Madre, la Virgen, para que interceda en favor nuestro. Pero, en
realidad, ¿buscamos al Señor o, le buscamos, por y para nuestros intereses materiales? Pero, solucionado todo desaparece nuestra búsqueda y nuestras peticiones. Ya, parece, que nos bastamos solos. Dejamos claramente que nuestro interés era simplemente y material.
Eso
fue, precisamente, lo que movió a aquel funcionario real a buscar a Jesús.
Buscaba la curación de su hijo y, Jesús, el Señor, era la solución. Indudablemente,
luego, visto el resultado, viene la fe y conversión. Al respecto, Jesús dice: Si
no ven signos y prodigios no creen. La fe es precisamente lo contrario. Es
creer sin ver. Es confiar en lo que nos dice Jesús que, precisamente coincide
con lo que queremos y buscamos. Su Palabra es veraz, y nos lo demuestra con sus
obras.
¿Y nuestra alma? ¿Nos damos cuenta de que Jesús es nuestro Salvador y que en Él alcanzamos la Vida Eterna? ¿Somos consciente de que Él nos libera de la esclavitud del pecado que nos somete? ¿Realmente, no buscamos y deseamos esa Vida Eterna en plenitud? Ahora nos toca a nosotros creer en Él. Ya vino a este mundo y nos ha dejado su Palabra y su Iglesia, que nos transmite su Palabra y su Obra. Seremos nosotros los que tengamos la palabra, creer y seguirle haciendo vida en nuestra vida su Palabra.
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