Sin
duda que las palabras ayudan a transformar nuestro interior, a mover e inquietar
nuestro corazón, pero, sin lugar a duda, será la fe la que definitivamente
transforma nuestro corazón. La fe actúa de forma revolucionaria y cambia la
mirada de nuestro corazón sobre el mundo. Una fe que rompe con el molde donde
te sitúa el mundo y transforma nuestra manera de ver y actuar.
Así
está expresado en ese encuentro de Jesús con el centurión romano. Su fe es
impresionante y, sin lugar a duda, impresiona a Jesús hasta el punto de decir: “Les
aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe”. Y, en consecuencia,
esa fe, expresada por aquel centurión, no dejaba duda. Pedía al Señor que desde
su Palabra y su intención actuara y sanara a su siervo.
―¿Nos
cuestionamos nosotros la fe desde esa perspectiva? ―Preguntó Manuel.
―No
lo sé ―dijo Pedro― pero, esa es la cuestión. ¿Es nuestra fe lo suficiente para
pensar y creer que Jesús puede respondernos y actuar en nosotros desde la
iniciativa de nuestra petición?
―Supongo
que ahí está encerrado el misterio ―respondió Manuel―. ¿Qué diríamos si Jesús
no actúa y sana al siervo del centurión? Porque, eso es lo que nos sucede a
nosotros.
―Supongo
―dijo Pedro― que nuestra fe no será la misma que la de aquel centurión. Solo
Dios sabe lo que hay dentro y en lo más profundo de nuestro corazón.
―Estoy
de acuerdo, Pedro ―respondió Manuel―. Todo dependerá de nuestra fe, y, solo
Dios sabe hasta donde llega. Ahora, eso sí, creo, tal y como tú has expresado,
que Jesús nos responde siempre y nos da lo que realmente necesitamos. Y,
quizás, no nos convenga eso que pedimos y necesitemos esforzarnos más.
―Sí
―expresó con un semblante complacido Pedro― Dios no nos deja de escuchar nunca
y siempre nos responde. Ahora, somos nosotros los que no sabemos qué pedir ni
cómo pedirlo. Y, ni siquiera, si eso pedido es lo que realmente nos conviene.
Ambos amigos se dieron la mano. Sabían que su Padre Dios siempre los escucha y les atiende. Para eso, precisamente ha enviado a su Hijo, nuestro Señor Jesús, a este mundo. Luego, ¿cómo no nos va a escuchar y atender? Otra cosa es que nos convenga lo pedido. Por experiencia, sabemos que aprendemos de nuestros fracasos y de nuestros esfuerzos. Valoramos las cosas según nos cueste conseguirla, y, nuestro Padre, que nos conoce mejor que nosotros mismos, sabe realmente que es lo que mejor nos viene para nuestro bien.
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