Porque,
para sufrir, llorar, tener hambre y sed de justicia, ser misericordioso,
limpios de corazón, trabajar por la paz, perseguidos por causa de la justicia
y, en definitiva, ser bienaventurados ante Dios, necesitamos la compañía del
Espíritu Santo. Sin Él no podremos soportar y sufrir las inclemencias y
persecuciones de las injusticias, del deseo y hambre por hacer el bien y
defender al inocente y necesitado.
Y,
para eso, necesitas abrirle la puerta al Espíritu Santo, pues, sin tu permiso
no entrará en tu corazón ni actuará en tu vida. Por tanto, se hace necesario
dejarlo entrar y abrirnos a su acción con total disponibilidad. Él irá
transformando nuestro corazón con nuestra colaboración y apoyado en nuestra fe.
Es necesario y fundamental recibir el bautismo. Y, lo es, porque es en ese momento cuando el Espíritu Santo baja sobre nosotros. Digamos que, el bautismo, puede ser esa ocasión como la de los apóstoles. Encerrados en el cenáculo, se les apareció Jesús y sopló sobre ellos y dijo: Reciban el Espíritu Santo. A partir de ahí, el Espíritu Santo está en nosotros y nos pedirá que le aceptemos, que creamos en Él para asistirnos, guiarnos y señalarnos el Camino, la Verdad y la Vida.
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