Es
posible que tu llamada no sea como la de Mateo, ni como la mía. Pero, sí, es
seguro, que tanto tú como yo, así como lo fue Mateo, hemos sido llamados. Al
darnos la vida, Dios, nuestro Padre, nos ha llamado a vivir, primero, en este
mundo y luego, si hemos depositado nuestra confianza y fe en Él, vivir
eternamente después en su Gloria.
¿Qué
quiere Dios de nosotros? No debemos calentarnos mucho la cabeza, su Hijo, el
Mesías enviado, nos lo ha anunciado claramente. Juan, llamado el bautista, su
primo, nos ha preparado el camino y Jesús, pasando por el bautismo de Juan y sufriendo
las tentaciones en el desierto, dedicó su Vida a anunciarnos el Amor
Misericordioso de su Padre. Por tanto, creados para optar y elegir el buen
camino, que no es otro sino el del amor. Amar como Él, el Señor, nos ha mostrado
y enseñado con su Vida y sus Obras.
De
modo que, para optar a esa Vida Eterna en plenitud de gozo y alegría, tenemos
que seguir a Jesús. Y seguirle, tal hizo Mateo, escuchando su Palabra y
esforzándonos en convertir nuestra debilidad en fortaleza abriéndonos al
Espíritu Santo. Ese es el camino y, luego, el Espíritu te irá aclarando y
guiando por dónde debes ir y que obras ha de acometer. Siempre teniendo en
cuenta que lo primero es el amor, antes que la liturgia o el templo. Nos lo ha
dicho claramente en la parábola del samaritano – Lc 10, 25-37 – para que no nos
perdamos ni nos confundamos.
A veces, pensaba, Manuel «confundimos el seguimiento al Señor con la piedad y normas litúrgicas. ¡Está bien que recemos y cumplamos los preceptos y reglas, pero con la finalidad y el propósito de que nuestro amor al prójimo sea efectivo y real! Porque, cada vez que amemos al necesitado de corazón y gratuitamente, estamos orando, abrazando y uniéndonos de verdad al Señor».
Al
ver a Pedro en un profundo silencio, se atrevió a preguntarle.
―¿Crees,
Pedro, que los preceptos, normas y oraciones litúrgicas están antes que el
amor?
―Supongo
que no ―respondió Pedro, pero, hay cierta confusión, pues, a veces eludimos atender
al necesitado por cumplir con la norma o precepto.
―¡Cierto!
―clamó Manuel. Lo hemos leído claramente en la parábola del buen samaritano.
Eludimos nuestro amor justificando nuestras obligaciones. Y no es que la
obligaciones o preceptos se cumplan, sino que, escondidos en ellos, eludimos
darnos y dar verdadero amor.
―Creo
que tienes razón, Manuel. Cristo rompió con muchas costumbres y leyes que
anteponían la norma, por ejemplo el sábado, al hombre. Y, para Jesús, el hombre
fue siempre lo primero.
Se dieron la mano como señal de que estaban de acuerdo y de que habían aclarado, por la Gracia del Espíritu Santo, que amar es la primera y única razón que nos une al Señor. Todo lo demás vendrá por añadidura. Porque, sin amor, nuestras oraciones serán vanas y mentiras. Y a Dios no podremos engañar. Cada abrazo al necesitado es un sí verdadero al seguimiento al Señor. Y un abrazo muy fuerte a Él.
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