Necesitas
pararte y hacerte estas preguntas: ¿A dónde voy? ¿Cuál es mi destino? ¿Qué se
esconde detrás de la muerte? Tratar de darles respuestas será el esfuerzo de
encontrar el verdadero sentido a esta vida. ¿Por qué? Porque, todos buscamos la
plena felicidad. No unos cuantos días o años, sino eternamente, y en Él, Señor
de la Vida y la Muerte, está esa felicidad eterna.
Lo
que Jesús manda a proclamar – la llegada del Reino de los cielos – es precisamente
esa Buena Noticia – la plena felicidad eterna – que encarga a los apóstoles. Y,
de alguna manera, también a ti y a mí, porque, cuando buscamos esa felicidad
estamos anunciando ese Reino de los cielos.
―Se
nota ―dijo Manuel. Cuando llevas en tu corazón esa búsqueda del Reino de los
Cielos, lo anuncias con tu forma de vivir, de proceder y de actuar.
―Evidentemente
―dijo Pedro. Tu forma de comportarte delata tus intenciones y actitudes.
―Así
es ―respondió Manuel. Cuando tratas y te esfuerzas en vivir en y con amor, tus
actos llevan amor. Y el amor deja entrever claramente tus buenas intenciones.
―Está
claro ―respondió Pedro. Amor con amor se paga, dice el refrán. Amar invita al
otro a amar. Es una manera de anunciar esa Buena Noticia que Jesús, en el
Evangelio de hoy, manda a proclamar a los apóstoles.
Esa es la reflexión a la que hoy nos invita el Evangelio. Amar y amar. Pero un amor al estilo de Jesús. Un amor que se da gratuitamente, sin condiciones. Un amor que. Por sí mismo, anuncia ese Reino de los Cielos que, consciente o no, todos buscamos. Porque, precisamente, en él está esa plena felicidad que todos queremos y buscamos.
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