martes, 5 de julio de 2022

POR DESGRACIA, HACE FALTA MÁS QUE UN MILAGRO

Mt 9,32-38

La experiencia nos dice que, por el pecado, nuestra mente permanece en las tinieblas y, sin luz, no percibe el amor misericordioso que Jesús nos anuncia y presenta con respecto al Padre.

―Es un misterio ―intervino Manuel― que no nos demos cuenta del poder de Dios al romper las leyes naturales sanando y devolviendo la vida a los enfermos y a los muertos. Y ―continuó Manuel― es un misterio porque no reaccionamos a la bondad, misericordia y poder que nos muestra Jesús.

―El Evangelio de hoy ―precisó Pedro― deja bien claro que solo en momentos de impotencia y desesperación acudimos y buscamos al Señor.

―Sí, así es ―comentó Manuel― hace hablar a un mundo como cura toda enfermedad y dolencia y se resisten a creer. Incluso, le culpan de que echa los demonios con el poder del jefe de los demonios.

―Y eso sigue ocurriendo actualmente ―puntualizó Pedro.

 

Al parecer, los milagros que Jesús hacía no bastaban para la conversión. Cuando permanecemos agarrados, por el pecado, a nuestros egoísmos y apetencias, nos cuesta dar el brazo a torcer y reconocernos pequeños y pecadores. Y, mientras no abramos nuestros corazones a la Palabra de nuestro Señor, nuestro corazón se resistirá a dejarla entrar.

Sometidos al pecado quedamos a merced del príncipe de este mundo y extenuados y abandonados como ovejas que no tienen pastor. Engañados y fascinados con espejismos que nos mienten y nos seducen falsamente mostrándonos una realidad de mentiras y de espejismos que aparentan lo que realmente no son. Indudablemente, la mies es abundante – termina el Evangelio de hoy – pero los trabajadores son pocos; roguemos, pues, al Señor de la mies que manden trabajadores a su mies.

Y la pregunta nacida de esta humilde reflexión nos cuestiona. ¿Estamos nosotros dispuestos y disponibles, no solo a rogar, sino también a comprometernos para atender a esa mies?

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