Mt 9,32-38 |
―Es
un misterio ―intervino Manuel― que no nos demos cuenta del poder de Dios al
romper las leyes naturales sanando y devolviendo la vida a los enfermos y a los
muertos. Y ―continuó Manuel― es un misterio porque no reaccionamos a la bondad,
misericordia y poder que nos muestra Jesús.
―El
Evangelio de hoy ―precisó Pedro― deja bien claro que solo en momentos de
impotencia y desesperación acudimos y buscamos al Señor.
―Sí,
así es ―comentó Manuel― hace hablar a un mundo como cura toda enfermedad y
dolencia y se resisten a creer. Incluso, le culpan de que echa los demonios con
el poder del jefe de los demonios.
―Y
eso sigue ocurriendo actualmente ―puntualizó Pedro.
Al
parecer, los milagros que Jesús hacía no bastaban para la conversión. Cuando
permanecemos agarrados, por el pecado, a nuestros egoísmos y apetencias, nos
cuesta dar el brazo a torcer y reconocernos pequeños y pecadores. Y, mientras
no abramos nuestros corazones a la Palabra de nuestro Señor, nuestro corazón se
resistirá a dejarla entrar.
Sometidos
al pecado quedamos a merced del príncipe de este mundo y extenuados y abandonados
como ovejas que no tienen pastor. Engañados y fascinados con espejismos que nos
mienten y nos seducen falsamente mostrándonos una realidad de mentiras y de
espejismos que aparentan lo que realmente no son. Indudablemente, la mies es abundante
– termina el Evangelio de hoy – pero los trabajadores son pocos; roguemos,
pues, al Señor de la mies que manden trabajadores a su mies.
Y la pregunta nacida de esta humilde reflexión nos cuestiona. ¿Estamos nosotros dispuestos y disponibles, no solo a rogar, sino también a comprometernos para atender a esa mies?
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