Lc 6,1-5 |
No
son las leyes de los hombres y las que marcan el sábado y nuestro proceder
cotidiano. Solo es la Ley de Dios, que nos la anuncia Jesús, su Hijo, la que debemos
tener impresa y presta en nuestro corazón a cumplir y hacer vida en cada día de
nuestro vivir. Jesús, de una vez para siempre, es el centro de nuestra vida y,
solo Él, debe marcar nuestros pasos y nuestro actuar de cada día.
Sin
Él todo se derrumba y no tiene consistencia. Es como construir sobre arena. Él
es la Palabra, el Camino, la Verdad y la Vida. Él es nuestro guía y quien
dirige nuestros pasos por el camino – único camino – que nos lleva a la Casa
del Padre. Poner nuestro énfasis en el vivir en los mandamientos puede desviar
nuestra atención y quedarnos en la ley, en lo estricto y en el cumplimiento. El
amor es algo que va más allá, que alcanza la misericordia y que, por encima de
la ley, amar y perdona. Y así nos enseña el Señor tal sucede en el pasaje
evangélico de hoy sábado: (Lc 6,1-5): Sucedió que Jesús cruzaba en sábado por unos
sembrados; sus discípulos arrancaban y comían espigas desgranándolas con las
manos. Algunos de los fariseos dijeron: «¿Por qué hacéis lo…
—Lo de siempre —dijo Manuel. Ponemos a la Ley como nuestro Dios y nos
olvidamos del verdadero Señor y Dios de nuestra vida.
—Suele ocurrir eso, Manuel, —respondió Pedro.
—Creemos que lo importante es cumplir y la Ley,
y no olvidamos de un Dios Hombre que está con nosotros, que camina con nosotros
y que nos abre su Corazón Misericordioso.
—Así es —respondió Pedro. Lamentablemente nos
olvidamos de un Dios Amor, que es paciente, comprensivo, humilde, suave y
bueno. Y que quiere transformar nuestro corazón haciéndolo semejante al suyo.
—¡Claro, no se trata solo de cumplir sino de amar! Quien ama cumple.
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