Sucedió
en tiempo de Jesús y sucede ahora. Los poderosos, tanto de riquezas o intelectualmente
exigen signos, pruebas y demostraciones para creer. Ellos se creen con derecho
a que se les demuestre lo que Jesús anuncia y proclama. Quieren signos
especiales, grandiosos realizados delante de sus ojos y, quizás, así y todo
podrán pegas y dudas.
Jesús
no ha venido a demostrar nada. El hombre es una criatura de su Creación y, porque
así lo ha querido, le anuncia la salvación. Lo hace voluntariamente y porque
quiere y Jesús, el Hijo de Dios, nos revela el Amor Misericordioso del Padre.
Su Palabra es Palabra de Vida Eterna. Y, en su momento, cuando lo ha creído necesario
y se ha compadecido de aquellos que se lo han pedido ha obrado milagros.
Pero,
el mayor milagro – fundamento de nuestra fe – es su Resurrección. Sin embargo, muchos
se obstinan en no creerle. Precisamente, en el Evangelio de hoy lunes Jesús nos
lo dice claramente: …porque ellos se convirtieron con la predicación de
Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Es decir, que la Misericordia
de Dios, manifestada en la entrega de su Cuerpo voluntariamente en una muerte
de cruz, es el Signo por excelencia que nos da la salvación. Y no habrá más
signo.
—Tienes
una y mil razones para creer —dijo Manuel.
—¿Cuáles?
Preguntó Pedro.
—¡La
Resurrección de Jesús! ¿No te parece bastante?
—Pero
¿cómo puedo creer?
Hay
muchos testigos —respondió Manuel— que lo han visto y muchos seguidores que han
dado su vida por Él. La Iglesia es depositaria de ese testimonio y ese anuncio:
Jesús ha Resucitado.
—Pero…
—Mira lo que dice el Evangelio de hoy lunes. El signo está claro, sin embargo…
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