martes, 11 de octubre de 2022

SI TU CORAZÓN LO PONES EN LAS APARIENCIAS ANDAS MAL

Podíamos estar hablando de la necedad cuando damos más importancia a las apariencia, a lo externo que a lo propiamente interno. Porque, no es lo importante lo que está afuera y viene del exterior. Eso no contamina. Contamina y corrompe lo que arde dentro de tu corazón. Es el caso del Evangelio de hoy: lo externo, como el lavarse las manos, la vajilla y demás normas son necesarias e importantes, pero, nada más que eso, higiene y protocolo. Lo verdaderamente importante es lo que tú piensas y vives desde lo más profundo de tu corazón.

Jesús lo expresa muy claramente en el Evangelio de hoy lunes: «Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo».

Y esta forma de vivir y de actuar te va inundando de insensatez y, sin apenas darte cuenta, instalándote en la corrupción. ¡Cuidado! Se observa mucho en el terreno de lo político. Se empieza con buenas intenciones pero, luego, las tentaciones, los sobornos y la oportunidad de hacerte rico terminan por corromper tu corazón. Y cuando lo adviertes se te hace difícil volver atrás. Por tanto, mejor tener siempre limpio el corazón – lo interior – para que nunca seas corrompido.

 

—Suele suceder con mucha frecuencia, políticos con buenas intenciones terminan por someterse al confort, a la buena vida, y al dinero. Y, una vez instalados se les hace difícil salir de esa situación —comentó Manuel.

—Coincido con tu comentario —añadió Pedro. Cuidamos las apariencias, pero hacemos lo contrario con nuestras actitudes más profundas, ¡las escondemos! Y sin darnos cuenta caemos en la necedad.

—Es lo que suele suceder —dijo Manuel. Y al final todo su discurso se convierte en mentiras e hipocresías. Es eso lo que se transparentaba en aquellos fariseos del tiempo de Jesús.

 

Pero ¿sucede hoy lo mismo? Es la pregunta que hoy nos cuestiona y nos lanza la reflexión del Evangelio de hoy. Nos lavamos las manos y platos de nuestra vida exterior – apariencia – pero ¿hacemos lo mismo con nuestros compromisos y actitudes que salen de nuestro corazón?

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