No es natural ni lógico elegir un camino complicado, difícil y duro. Si te dan a elegir prefieres un camino más factible, cómodo o, al menos, no tan complicado. Es lo natural, sin embargo el camino que nos presenta Jesús se aleja de esas coordenadas. Es un camino de servicio y de entrega, incluso a los enemigos. Es un camino que lo exige todo hasta el extremo de dar tu vida si es necesario. Realmente es difícil aceptarlo desde nuestra naturaleza humana.
Por eso, Jesús que
lo sabe, nos habla hoy de algo que nos llena plenamente y nos alegra el corazón:
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón.
Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas
mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y
cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para
que donde esté yo estéis también vosotros.
La realidad es que
nuestro corazón está predispuesto a turbarse. Nos ocurre a muchos, por no decir
a todos, y Jesús sabiendo lo que nos pasa nos anima a seguirle y a creer en Él.
No hay otra alternativa, creer y fiarse de su Palabra o mirar al mundo. Y en
ese mirar al mundo experimentamos que nuestro camino va enfilado al precipicio.
Un mundo de mentiras, de falsedades, de traiciones, de deseos de poder, de
riquezas y de placer. Pero, tras ese periodo, en el mejor de los casos, ¿qué
nos espera? Esa es la cuestión.
La Palabra de Jesús nos da esperanza y nos promete que, si creemos en Él, estaremos donde Él esté. Y eso no es sino la Gloria y el gozo de ser felices eternamente. ¿Por qué creer en Él? Sencillamente, porque ha vencido a la muerte y ha Resucitado. ¿Nos parece poco? Si Él ha Resucitado también lo haremos nosotros para así poder estar con Él en ese lugar que nos prepara.
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