Todo lo que vive
en lo más profundo de tu corazón está presente en el Amor de Dios. Solo Él
puede complacerte y hacer realidad esos deseos y sueños. Su Poder es Ilimitado
y su Amor Infinito. Por tanto, ese deseo tuyo de querer realizar tu felicidad
es también deseo del Señor que quiere dártela. La prueba de su Amor es su Hijo
y la entrega incondicional, libre y voluntaria, de su Vida para que la tuya se
inmensa y eternamente feliz.
¿Lo has pensado en
algún momento de tu vida? En Dios puedes colmar todos tus deseos y también
purificarlos. Porque, muchos de esos deseos que tu anhelas no te convienen, te
destruyen y te pierden. El Señor, aparte de poder darte lo mejor, sabe
realmente lo que te conviene. Sería muy importante, ¡lo más importante!, buscar
en el Señor dar plenitud a todos esos buenos deseos – frutos de amor – que bullen
dentro de tu corazón.
No lo dudes. Jesús
te lo dice claramente en el Evangelio de hoy en pocas palabras: (Mt 8,1-4): En
aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran
muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo:
«Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo:
«Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le
dice: «Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y
presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio».
Eso es lo que
tenemos que hacer, dar testimonio de esa felicidad que vivimos al abrirle la
puerta de nuestra vida al Señor. Reflejar en nuestras relaciones y todos
nuestros actos esa presencia del Señor manifestando con simplemente vivir que
en Él está todos nuestros anhelos y felicidad. Y además para siempre.
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