Esa es la Iglesia.
Una sola Iglesia, la de Pedro y Pablo que, aunque tuvieron sus diferencias,
permanecen unidos en el camino junto al Señor. Y esa es la Iglesia en la que
estamos nosotros ahora, una sola Iglesia de la que se han separado muchos por
diferencias y maneras de pensar diferente. Pero, la unidad debe ser
inseparable. Podemos tener diferencias pero permanecer unidos porque solo uno
es el Señor y quien nos une. Y el Amor nunca puede separar.
Es evidente que en
la convivencia hay diferencias, formas de ver y de pensar que no coinciden pero
la unidad debe ser siempre firme. Las diferencias se soportan en el respeto, la
verdad y, sobre todo, en el amor. ¿Acaso el Señor no soporta a cada uno de sus
hijos que piensan diferente, actúan diferente y hasta se atreven a discutirle y
rechazarle? ¿Y cuál es la actitud y forma de comportarse el Señor? ¿No es
ejemplo para que nosotros nos portemos igual? Luego, ¿a qué vienen tantas
separaciones, iglesias y pensamientos?
Siempre, de eso no
nos libra nadie, hay diferentes formas de ver las cosas; siempre tendremos
diferencias y disputas, pero siempre debemos estar unidos. Porque es el Amor quien
nos sostiene unidos y en actitud de misericordia y aceptación. Está claro, las
diferencias entre aquella primera comunidad que Jesús dejó en manos de Pedro y
los apóstoles son consecuencia de las diferencias que origina el pecado. Un
pecado que separa y divide y que solo el Amor Misericordioso de nuestro Padre
Dios vence y une.
Por tanto, reflexionemos, ¿por qué estamos separados? Todos venidos de un mismo Dios Padre que, manifestado y anunciado por el Hijo, lo aceptamos para luego, en el camino de la prueba y perseverancia, dejarnos someter por el pecado que nos separa. ¿Es esa la medida, de la que hablábamos ayer, de nuestro amor? Pidamos la Luz y la Gracia de darnos cuenta, aceptarnos misericordiosamente y, a pesar de nuestras diferencias, perseverar en la unidad. Amén.
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