Eso es lo que
molesta y lo que no se acepta. Dios ha tomado Naturaleza humana y en la Persona
de Jesús, el Hijo, ha bajado a este mundo y habitado entre los hombres. Y nos
ha dejado la Buena Noticia: Su Padre nos quiere con Infinita Misericordia y nos
rescata nuestra dignidad de hijos, perdida por el pecado, por los méritos de su
Hijo, nuestro Señor Jesús.
Esto no se
entiende por aquellos que no quieren abandonar su poder, ni sus placeres, ni
sus ambiciones de riqueza, ni concupiscencias ni nada de lo que les suponga
satisfacciones y felicidad. Sin embargo, sus cegueras son tan profundas que no
advierten que todo aquí abajo es efímero y caduco. ¿Para qué tanta ambición y
deseos de felicidad cuando aquí abajo todo es finito? ¿No es mejor y de sentido
común buscar lo perdurable y eterno?
Esta era la
postura de aquellos sumos sacerdotes, escribas y ancianos de su época. Y es
también la postura de muchos de nuestro tiempo. Cada cual que se mire
interiormente y, a la luz del Espíritu Santo, trate de verse y de dejarse purificar.
Jesús es el Hijo de Dios y a partir de ahí todo lo demás se irá entendiendo o,
al menos, aceptando con la esperanza de entenderlo cuando el Espíritu de Dios
quiera revelárnoslo.
Mientras, caminamos movidos y asistidos por el Espíritu Santo, que nos fortalece, nos da ánimo y sabiduría, iremos advirtiendo la presencia de Dios en nuestro caminar de cada día y reafirmándonos que Jesús, el Hijo de Dios, Vive y camina con nosotros.
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