Siempre pienso lo
mismo en esos momentos que velamos la muerte de un ser querido o amigo. Pienso
que estará pasando en esos momentos de encuentro con el Señor. Es el momento
glorioso de poder entender el Misterio de la Santísima Trinidad. Y con esa
esperanza camino, vivo y espero el encuentro con el Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
Mientras camino
por este mundo esperando su llamada y esforzándome en vivir en su Gracia
consciente de mis pecados y mis debilidades. Camino esperanzado y confiado en
la Infinita Misericordia de mi Padre Dios. Jesús, el Hijo, me lo ha anunciado y
me lo ha demostrado vivencialmente en el encuentro con la mujer adultera; en la
parábola del samaritano; en la parábola del rey que quiso ajustar cuentas con
sus súbditos y en muchas otras.
Y, sin quitarme de
la cabeza ese pensamiento, trato en cada momento de mi vida ser honrado, decir y
vivir en la verdad, pensar en el otro más que en mí y estar disponible y
abierto a la Voluntad del Espíritu Santo que me asiste y auxilia. Es verdad que
una cosa es lo que quiero y otra lo que hago. Por tanto, soy consciente de que
como dijo San Pablo, hago lo que no quiero hacer y dejo de hacer lo que
realmente quiero y debo hacer.
En esa tribulaciones y luchas consumo mis días. No recuerdo ni sé mi pasado, al menos con la claridad que me gustaría recordar. Me acuerdo de pocas cosas, pero tampoco me interesa. Sé que mi Padre Dios lo sabe todo y, espero confiado, que me perdonará los fallos, mis meteduras de pata y mis pecados y aprobará mis buenos actos que creo humildemente que hay algunos. Por tanto, desde esas ilusionantes perspectiva esperar la hora final no es una tragedia sino una gran esperanza de llegar al paraíso que mi Padre me tiene preparado. Mientras camino y espero tratando de compartir y anunciar esa dicha hermosa de albergar la esperanza de poder entender un día ese maravilloso e inalcanzable misterio de la Santísima Trinidad.
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