Mal
asunto cuando confundimos nuestra amistad con Dios con prácticas, devociones o
ejercicios. Hay quienes se pasan el día rezando y se olvidan del que tiene a su
lado o de las necesidades incluso de los más próximos. No somos más hijos amados
por Dios por nuestros oraciones y prácticas sino porque Dios, nuestro Padre,
nos ama por Voluntad propia y con infinita misericordia.
Y,
precisamente, son esas prácticas, devociones y ejercicios medios que nos ponen en
relación con nuestro Padre. Nunca fines sino siempre medios, caminos y enlaces
que nos ayudan a hablar con nuestro Padre. Y nunca ocasiones para lucirnos, exhibirnos
y mostrarnos verdaderos hijos de Dios delante de los demás. Las oraciones y
obras que hagamos deben ser manifestaciones de nuestro amor a Dios desde la libertad,
humildad y anonimato.
¿Por qué? Porque
son como pruebas donde certificamos de manera anónima y libre nuestra verdadera
intención de relación y amor con nuestro Padre Dios. Libre de toda
especulación, lucimiento, exhibicionismo y motivación o interés. Rezamos para
avivar nuestra relación con Él y para pedirle su Gracia a fin de sostenernos en
la lucha de cada día contra los obstáculos y peligros que el mundo, demonio y
carne nos tienden.
Y mantenernos
interiormente en esa intimidad con su presencia que sabe y conoce todas
nuestras preocupaciones, debilidades y problemas por las que le pedimos su
presencia y poder para superarlas y sostenernos firmes en su Voluntad y Amor.
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