Igual no nos damos
cuenta, lo hacemos todos los días pero, quizás, de forma rutinaria y mecánica.
Porque, de ser consciente nuestra vida tendría que empezar a cambiar. Quizás
poco a poco pero a cambiar. Al confesar Padrenuestro queremos significar que
somos hijos y, si hijos, hermanos. Eso nos compromete a mirarnos con actitud
solidaria y fraterna. Y nos preguntamos: ¿Lo hacemos?
Y si seguimos
profundizando, decimos: Y perdónanos nuestras ofensas como también nosotros
perdonamos a quienes nos ofenden… Y volvemos a preguntarnos: ¿Nos perdonamos?
Luego, si no nos esforzamos en vivir lo primero ni lo segundo, ¿qué
Padrenuestro estamos rezando? Lo hacemos inconscientemente, de forma rutinaria
o ni nos enteramos de lo que decimos. Ambas actitudes se entremezclan en
nuestra piedad de cada día. Y así con esta actitud y compromiso seguimos
quedándonos donde mismo estamos por muchas veces que recemos y celebremos
Eucaristías o penitencias.
Es evidente que nos llevaremos una gran sorpresa. Posiblemente estemos en el grupo de aquellos que creyendo estar con el Señor son desconocidos para el Señor – Mt 25, 41-42 – y eso estamos a tiempo de evitarlo. Nuestro Padre Dios es un Padre Infinitamente bueno y nos ayudará a darnos cuenta y a, abiertos a su Espíritu, ir cambiando poco a poco tratando de ser más atento y servicial con los hermanos y enemigos. Ese es el camino y Jesús es nuestro modelo y referencia. Fijémonos en Él y en manos de su Espíritu confiemos que podemos hacerlo.
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