No hemos sido
escogidos por nuestras capacidades ni por nuestros talentos. Al contrario, los
elegidos, lo hemos visto, son gente común, más bien de poca preparación y de
bajo nivel. Diríamos en términos de elección que muchos elegidos no lo serían
para misiones importantes. Y nos preguntamos, ¿hay algo más importante que la
salvación eterna?
Y Jesús, el Señor,
que sabe quienes somos pone en nuestras manos la salvación, propia y la de
muchos otros que dependerá de lo que hagamos y digamos nosotros. ¡Qué gran
confianza! ¡Y qué gran riesgo poner en manos de los hombres – vasijas de barro –
su propia salvación y la de muchos!
Queda
meridianamente claro que es Jesús quien nos elige previamente y nos envía. Y,
Él que lo sabe todo, si lo ha decidido así es porque así es como debe ser. Deja
muy claro que confía en nosotros y que seremos nosotros los que le aceptemos y
reconozcamos como el Señor o le rechacemos y le demos la espalda. Así parece
que ha sucedido en muchas parte y con muchos hombres. De hecho, de los elegidos
hay uno que le traiciona y otros que huyen, le dejan solo y hasta alguno que le
niega.
Incluso, entre sus
elegidos hay quien primero fue uno de los que quería acabar con sus seguidores.
Y ahora sucede un tanto lo mismo. Hay muchos que somos mediocres, que vegetamos
dentro de la Iglesia más que actuamos; otros que vivimos de forma rutinaria sin
interpelarnos ni cuestionarnos. Y otros que somos indiferentes hasta el extremo
de rechazarle. Y el gran milagro, ante la desesperación de muchos que nos
atacan y tachan hasta de diablos, la Iglesia fundada por Jesús y puesta en
manos de Pedro y sus apóstoles sigue en pie. Posiblemente con muchos pecados,
desviaciones y errores, pero firme y en pie porque no es obra de los hombres
sino de Dios. Y el Espíritu Santo, que fue prometido como guía y defensor, la
dirige y la fortalece. Y ahí estamos todos, al menos los que queremos,
embarcados y dispuestos a seguir remando e insistiendo al Espíritu Santo que
nos ilumine, fortalezca y enseñe el camino al seguir.
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