No sé si me explico
bien cuando hablo de recompensa añadida al Amor de Dios. Lo que trato de significar
y decir es que cuando se ama a Dios y se pone como centro y prioridad de mi
vida, la vida, mi vida – valga la redundancia – se llena de paz, de gozo y
felicidad quedando plenamente satisfecha. Es decir, ya no deseamos más. Nuestro
traje está hecho perfectamente a nuestra medida.
Es desde ahí como
se puede entender la vida de todos aquellos que le han seguido y que le han
puesto como prioridad. Es, desde esa perspectiva, como se puede entender la
capacidad para soportar sacrificios, renuncias, obstáculos y todo tipo de
dificultades. Dios nos llena todo y solamente por Jesús llegamos al Padre.
Seguir a Jesús es pues el Camino para poner en nuestra vida la verdad. Y la
recompensa, como quiero explicitar con el título, viene añadida implícitamente en
ese amor a Dios.
No cabe ninguna
duda que todos buscamos la felicidad. Pues bien, cuando encontramos a Jesús y,
en, por y con Él vamos al Padre, nuestra felicidad queda al descubierto y
empieza a crecer en la medida que caminamos al lado de Jesús, nuestro Señor. Es
decir, de alguna manera empezamos a gozar del Cielo aquí abajo mientras
caminamos hacia él. Y lo experimentamos así porque, a pesar de las
dificultades, los contratiempos, errores, sufrimientos y pecados, sentimos
gozo, alegría y gran esperanza de que al final de nuestro camino llegará esa
gran recompensa del gozo pleno y eterno.
Cada instante de nuestro camino vamos experimentando en lo más profundo de nuestro corazón que la verdadera recompensa se esconde en el amor. Ese amor que pasa por el camino de la cruz para, momentos después, convertirse en un torrente de felicidad y gozo eterno. Y en la medida que se acerca el final de nuestra meta en este mundo descubrimos y experimentamos que hemos acertado. Verdaderamente hemos elegido el camino correcto, ese de la puerta estrecha y angosta. Ese que esconde el Tesoro de la verdadera felicidad. Ese que describe Jesús al final de este Evangelio de hoy martes: «Y todo aquel que por mí deje casas, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer o hijos, o campos, recibirá cien veces más y heredará vida eterna.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.