Es evidente, el
camino que nos señala Jesús claramente es un camino de cruz. La cruz que supone
no estar de acuerdo con muchos de tu familia; la cruz de tenerte que ver hasta
el extremo de ser excluido por tu propia familia; la cruz de experimentar
rechazos por aquellos que son tus propios amigos.
Y el hecho de
poner tu seguimiento a Jesús por detrás de la reconciliación con tu familia y amigos
a los que Jesús les molesta, te excluye a ti también de ser seguidor de Jesús.
Nada está antes que Él, porque de Él nace tu fortaleza, tu misericordia, tu
humildad para reconciliarte, perdonar y amar a tu familia y a los demás. Dejar
a Jesús en un segundo plano significa que también te será imposible
reconciliarte con aquellos que piensan diferente a ti.
Nos puede ayudar
saber que nuestra recompensa no está en este mundo pero sí en el otro. Jesús
nos anima cuando nos lo dice muy claro: (Mt 10,34--11,1): En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz
a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he… Y todo aquel que dé
de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser
discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».
Tengamos este pensamiento incrustado en el centro de nuestro corazón. Nos puede ayudar desde nuestra manera racional y humana de ver las cosas. Pero, sobre todo, nos ayuda desde experimentar que cuando actuamos así sentimos gozo y satisfacción. Es la buena señal de que actuamos con amor gratuito y desinteresado. Lo que realmente, desde nuestra condición humana, esperamos – ese vaso de agua – nos vendrá dado por la Infinita Bondad y Misericordia de nuestro Padre Dios.
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