No te fijes en los
resultados porque te desanimarás. No nos corresponde calcularlos ni cosecharlo.
Los frutos los recogerá nuestro Padre Dios, Señor de la Creación. A ti y a mí
nos toca ser tierra buena para que la semilla sembrada por el Sembrador muera y
dé los frutos esperados desde la gratuidad y la perseverancia, desde el
esfuerzo sincero y humilde entregado plenamente. Lo demás será cuestión del
Señor.
El Sembrador sabe
que la semilla corre peligro: tierra de camino, pájaros, calor, vientos,
abrojos, terrenos pedregosos, zarzas y otras dificultades amenazan con no dejar
que la semilla germine, muera y dé frutos. Así y todo el Sembrador sale a
sembrar en todo terreno sea de la condición que sea. A pesar de todo sale a
sembrar y esparce la semilla independiente de que pueda tocarle alguna de esas
tierras u orillas del camino donde sea presa del peligro que la amenaza.
Evidentemente, los
frutos dependerán del Sembrador que quien esparce y siembra la semilla. A
nosotros nos toca ser tierra y dependiendo de la condición que sea esforzarnos
en limpiarla y prepararla para que sea tierra buena, tierra limpia de durezas,
de abrojos y piedras para que fertilizada y abonada dé buenos frutos.
Es evidente que el
Sembrador no se fija en su rentabilidad, acepta de antemano el fracaso de que
muchas queden ahogadas o engullidas por tierra de camino, pájaros, abrojos, pedregales,
zarzas, vientos, calor, profundidad…etc. Sin embargo sigue adelante sin mirar
el resultado ni los frutos. Observamos que su Misericordia es Infinita.
Algo parecido nos
ocurre también a nosotros. Nosotros, la tierra a la que es echada la semilla necesita
prepararse, limpiarse, dejarse abonar – Sacramentos – y estar siempre abierta y
disponible a, recibida la semilla – Palabra de Dios -, a dejarse empapar como
la lluvia y nieve hasta germinar y dar frutos.
Ahora, tengamos en cuenta que nuestra no es tanto dar frutos como poner las condiciones para que los frutos se den. Si, nosotros, la tierra, posibilitamos que la semilla muera, los frutos nacerán por la Gracia de Dios. Porque es Él, el Sembrador, quien recogerá los frutos derivados de la siembra de su Palabra.
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