Conviene hacernos
esta pregunta: ¿Tomo mi vida como una rutina sistemática de hacer y realizar
los mismos actos de cada día sin más planteamientos? ¿Consiste mi vida en
comer, beber, tomar esposo/a, comprar, vender, trabajar…etc.? ¿No me planteo
nada más? Porque, nuestra experiencia nos dice claramente que esta forma de
vivir acabará un día, ¿y luego qué?
¿Piensas que todo
termina aquí? ¿Tu corazón está seguro? ¿O no te deja esa duda que tú mismo
deseas y quieres, vivir eternamente y feliz? No es cuestión de mirar para
atrás, ya te lo dice el Evangelio citándote a la mujer Lot, sino de avanzar
hacia adelante confiando en nuestro Padre Dios. Él es nuestra meta y con Él nos
encontraremos ese día final de nuestra vida.
Por tanto,
conviene seguir nuestro camino no de forma rutinaria sino consciente de que el
Señor camina con nosotros y todo lo que hacemos a diario y tenemos para vivir está
sustentado en Él. Hacerlo y vivirlo en y por Él dará verdadero sentido a
nuestra vida y nos preparará para encontrarnos con Él cuando llegue nuestro
momento.
Vivir en la esperanza y la novedad de que cada acto de nuestra vida, ya sea propio para nuestra subsistencia o en beneficio de servir al más necesitado son regalos y bendiciones de Dios nos ayudará a soportar tanto los buenos momentos como los adversos. Y eso nos motivará a seguir en actitud renovadora, alegre y gozosa en el camino hacia el encuentro con el Señor.
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