No está la dificultad en cansarnos, que de hecho lo experimentamos y sufrimos, pues nuestra naturaleza humana se cansa. La cuestión es dar sentido a nuestro propio cansancio. ¿Y cómo? Aceptándolo y transformando la manera de vivirlo.
Sucede que desde
el momento que aceptas tu cansancio, tus desganas y tus desfallecimientos al
comprobar que nunca llegas y que vives en una utopía humana, experimentas paz,
sosiego y fortaleza para seguir el camino e insistir con las fuerzas que te
quedan. Sabes, al aceptarlo, que Jesús camina contigo y en Él pones todo tu
cansancio y descanso.
Nada puede, aunque nuestra realidad sea lo contrario, desestabilizarnos porque nuestras esperanzas no son de este mundo. Están puestas en el Señor, y su Cansancio – Pasión y Muerte – es nuestro cansancio y su Resurrección y Triunfo es nuestra resurrección y triunfo. Por eso, confiados en su Palabra y su Resurrección ponemos todo nuestro cansancio, todas nuestras fatigas y debilidades en sus manos.
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