Y, como es lógico,
tampoco cupo en la cabeza de José. No entendió nada hasta que, en sueños, el
ángel del Señor le llevo a pensar e intuir que ese Niño era el prometido en las
escrituras por el Profeta. Y José creyó, y ese Niño, nuestro Señor Jesús, se
crio dentro de una familia, hijo de una Madre inmaculada por la Gracia de Dios
y un padre casto y justo.
Y el resultado de
la historia ya la sabemos todos. O, al menos, los que han querido leer su
historia. La historia de su Palabra. Porque, ese Niño vino al mundo a
liberarnos del pecado. Nos anunció con su Palabra el Amor Misericordioso de su
Padre y su Voluntad del querer liberarnos a todos del pecado y compartir con
nosotros su Gloria Eterna. Para ello, vino voluntariamente decidido a dar su
Vida por cada uno de nosotros, fue, porque así era la Voluntad de su Padre,
sometido por los hombres al dolor y sufrimiento. No le creyeron y rechazaron su
Palabra, lo crucificaron y dieron muerte.
Pero, y ese es el fundamento de nuestra fe, Jesús, el Hijo de Dios, Resucitó y está entre nosotros para acompañarnos en ese camino que, como Él, estamos dispuesto a recorrer y a entregar, por su Gracia, nuestra vida. Para ello necesitamos hacer lo mismo que José, dejarnos iluminar por el Espíritu Santo, recibido en nuestro bautismo y creer en su Palabra.
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