A veces nos
llenamos de preguntas, de interrogantes, de búsquedas y terminamos
complicándonos y sumergiéndonos en la oscuridad. El mandato de Dios es muy
simple y el ejemplo de Jesús lo aclara todo: Amar a Dios y al prójimo. De tal
manera que si dices amar a Dios pero no lo reflejas en el prójimo te estás
engañando tú mismo. Dios sabe realmente que esconde dentro de tu corazón. Y es
más, sabe lo que sientes y deseas en lo más profundo y recóndito del mismo.
Sin darnos cuenta
buscamos y queremos encontrar recetas que, cumpliéndolas, hagamos la Voluntad
de Dios. Pero, ¡no nos engañemos!, la Voluntad de Dios está muy clara: Amarle en el prójimo, de modo que si confiesas
que le amas, pero no tienes en cuenta a los que están a tu lado, especialmente
los que sufren y lo pasan mal, no estás haciendo su Voluntad. Así de sencillo, pero no de fácil. El amar es muy complejo, difícil, duro e inentendible y exigente en muchos momentos hasta el extremo de pedir la vida. Y eso, todo eso, con una infinita paciencia y misericordia nos lo dio y demostró Jesús.
Y no son solo los
necesitados materialmente, sino también espiritualmente. Aquellos que necesitan
una palabra de aliento, un buen testimonio, tu presencia, tu sonrisa, tu
saludo, tu actos de cercanía, atención y, definitiva, de amor. Y no hay recetas
para saber cómo y qué hacer. Para eso tenemos al Espíritu Santo, Señor y dador
de vida, que ha bajado a nosotros en el momento de nuestro bautismo y camina a
nuestro lado para asistiéndonos, auxiliándonos, fortaleciéndonos y señalándonos
el camino a seguir.
Dejémonos llevar,
iluminar, impulsar y asistir por el Espíritu Santo y pidámosle que nos alumbre
el camino para hacer eso, lo que queremos y deseamos: «La
Voluntad de Dios».
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