Cualquier día, a
cualquier hora y en cualquier instante le amor de Dios tiene presencia y
realiza maravillas. Nada le es imposible y todo se contiene y realiza en Él.
Quizás nos ocurre a nosotros, como se decía en el Evangelio de ayer lunes, que
un profeta no es estimado en su propia tierra.
Nos engañamos a
nosotros mismos descansando nuestra fe en ese creer y esperar algo que escondemos
con verdadero cinismo de que no sucederá. Nuestra fe, si podemos llamarla a sí,
es muy débil y no termina por creer. Porque, ya lo dijo Jesús, si tuviéramos verdadera
fe – Mt 17, 14-20 – como un grano de mostaza, moveríamos montañas.
Jesús, el Señor,
te pregunta, no importa que sea sábado o cualquier otro día, si quieres
salvarte. No se trata de sanarnos de una enfermedad puntual, que también se lo
pedimos, sino de la salvación eterna. Y no importa el tiempo ni el día, ni siquiera
el momento. El amor no tiene límites, ni hora, ni días. Está por encima de la ley
y su misericordia es infinita. Eso sí, termina con una sugerencia que nos viene
muy bien: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo
peor».
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.