Hemos sido creados
para amar. Y esa necesidad de amar desde una perspectiva de misericordia y
generosidad. No podemos permanecer impávidos ante el sufrimiento de otros.
Debemos preocuparnos y hace todo lo que está a nuestro alcance para ayudar al
que lo pasa mal y lo necesita. Nunca olvidemos que Dios, nuestro Padre, hace lo
mismo con nosotros.
Este milagro,
llamado de la multiplicación de los panes y peces, es un signo más de la
compasión y misericordia de nuestro Padre Dios. Se preocupa por nuestro
bienestar, y enseña a sus hijos que hagan lo mismo. Es evidente, y no hay punto
de discusión, que el mundo tendría todos sus problemas resueltos si todos actuásemos
siguiendo las enseñanzas de nuestro Señor Jesús, el Hijo de Dios Vivo.
¿Por qué no es
así? Es cuestión de que cada cual se haga sus propias preguntas y discierna
sobre su actuación. Todos somos parte de ese mundo en el que vivimos, y de
todos dependerá de que nuestra convivencia sea fraterna y misericordiosa. Si
cada gota del mar se mantiene unida, el mar será grande y abundante de agua.
Pero, si cada gota se mantiene separada e intenta ser su propio mar, el mar se
dispersa y disuelve.
Tenemos referencias para mirarnos. Una, la primera y esencial: Nuestro Señor Jesús. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Siguiéndole encontraremos ese camino de fraternidad, de amor y misericordia entre todos los hombres de este mundo.
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