De alguna manera
nuestra naturaleza humana no escapa al deseo de recibir una recompensa.
Actuamos quizás sin ánimo de lucro y sin esperar nada a cambio, pero, inmediatamente,
instintivamente y sin esperarlo, ponemos la mano para recibir una recompensa.
La pregunta de Pedro en el Evangelio de hoy lo deja meridianamente claro: (Mt 19,23-30): …
Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Ya lo ves, nosotros lo hemos
dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?». ¿No pensamos
nosotros de la misma manera?
Pidamos esa Gracia
de darnos gratuitamente tal y como Dios, nuestro Padre, nos ha dado todo lo que
somos y tenemos. Y tratemos, con y por la Gracia de Dios Padre, imitar a su
Hijo, nuestro Señor Jesús, que entrega su Vida de forma voluntaria y gratuita.
Sólo por amor al Padre, obedeciendo su Voluntad, y por amor a los hombres tal y
como el Padre los ama.
Digamos que esa es
nuestra meta, nuestro camino de perfección y nuestra esperanza. Esa,
precisamente es la lucha de cada día, revivir y pedir esa Gracia en donde
fortalecernos y darnos de forma incondicional y gratuita. Ahí, en ese vivir de
cada día experimentamos nuestras debilidades y la certeza de que sin la Gracia
de nuestro Padre Dios y la asistencia del Espíritu Santo, nada podemos hacer.
Y, precisamente, en
el Evangelio del domingo, Jesús, el Hijo de Dios, se hace Pan y Vino, como
alimento de nuestra alma para que, alimentados en Él, podamos ser capaces de
darnos sin esperar nada a cambio, experimentando la alegría y el gozo de actuar
y vivir en el Señor. Porque, Él es nuestro gozo y felicidad, nuestro Camino,
Verdad y Vida.
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