No nos contamina
lo de afuera, sino lo que viene de dentro. De modo que si mis pensamientos son
puros y bien intencionados, mis actos – afuera – serán buenos y cargados de
buenas intenciones Sin embargo, si sucede lo contrario, es decir, mis
pensamientos son impuros, todo mi ser y obrar será malo y cargado de malas
intenciones.
Esa es la máxima
que nos da Jesús en el Evangelio de hoy: (Mc 7,1-8.14-15.21-23):
… «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda
contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.
Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas:
fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude,
libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas
perversidades salen de dentro y contaminan al hombre».
Estamos muy
inclinados a intentar darle soluciones a los problemas que están en el exterior
dando órdenes precisas o buscando soluciones que resuelvan los problemas
aparentemente bastante sencillos. Sin embargo, la cosa se complica cuando,
desde dentro de nosotros mismos, tratamos de resolver los problemas mirando
nuestra conveniencia e interés. Entonces, los problemas parecen otros y se
hacen complejos. Al menos más complejos de lo que realmente son.
Y es que las
dificultades y problemas exteriores están muy relacionadas con nuestros
pensamientos, actitudes y creencias interiores. Todo se cuece dentro, y nuestros
actos exteriores vienen condicionados por los pensamientos que se generan en el
epicentro de nuestro corazón.
Porque, según lo
que viva en tu corazón será lo que hagas y persigas en tu vida. De modo que tu
soberbia, tus deseos de venganzas, de odio, de fornicación, de adulterio, de
codicias, de homicidios, de robos, de orgullo, de malicias, de fraudes, de
desenfreno, de envidia, de difamación y de frivolidad nacen dentro de tu
corazón. Y si logras, claro, con la asistencia del Espíritu Santo, discernir y
conducir todos esos deseos y pensamientos, tus actos serán buenos y estarán en
consonancia con los que Dios quiere de ti.
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