(Mt 10,34--11,1) |
Esa es la cuestión, la búsqueda de nuestra propia negación. No se trata de encontrarnos con una vida más cómoda, más placentera y ausente de problemas, sino todo lo contrario. Jesús significa complicarse la vida, complicarse por los demás. Jesús significa vivir entre los que te enemistan, entre los que exigen tu perdón y tu propio olvido. Seguir a Jesús es vivir enfrentado por amor y en el amor entre los demás.
Y eso supone un seguimiento total. No puedes detenerte en tu padre, madre, hijos o hermanos. Nada ni nadie puede interponerse en tu camino hacia el Señor. Si así ocurre, se nubla el camino y se pierde la estela que alumbra tu seguimiento. Y sin Él nada tiene sentido.
Seguir a Jesús nos presenta un camino de contradicciones. Por un lado, nuestro propio ego nos inclina a buscar nuestras satisfacciones, nuestras apetencias e ir en sentido contrario nos supone esfuerzo. Olvidar todo eso cuando lo sentimos en nuestro cuerpo nos complica la vida, y darnos, matando nuestra soberbia, nuestra codicia y egoísmos, termina por matarnos.
Pero ese es el camino, morir a nosotros mismos. Quien se olvida de sí mismo y se da, gana la verdadera vida, más quien piensa en él y se procura su bienestar, la pierde. Así de duro y claro. El camino es darse como lo ha hecho nuestro Señor Jesús. Nos cuesta, es verdad, pero se puede si el camino lo hacemos con Él. Lo malo es querer recorrerlo nosotros solos.
¡Pero lo más sorprendente, detrás de esa negación encontramos lo que buscamos: la felicidad eterna!
¡Pero lo más sorprendente, detrás de esa negación encontramos lo que buscamos: la felicidad eterna!
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