(Mc 2,18-22) |
No es tiempo de sacrificios ni de tradiciones basadas en costumbres y expresiones antiguas, se trata de que el Hijo del Hombre se hace presente entre los hombres, y se hace tiempo de gozo y de permanecer en su presencia. Él, el Esposo, el Hijo de Dios hecho Hombre está entre nosotros, ¿cómo entonces vamos a hacer ayuno? Conviene hacer fiesta, banquete, porque Él está con nosotros.
Habrá momentos de fortalecernos en la privación, en el sacrificio cuando el Esposo se vaya y cuando la fortaleza de la oración lo requiera. Ser perseverante exige esfuerzo, privación y ayunos para permanecer fuertes en la oración. El mundo nos tienta y nos debilita, y en esos momentos necesitamos estar fortalecidos para preservarnos del peligro.
Sin embargo, debemos romper con la rutina, con el ayuno por el ayuno y la costumbre. No se trata de cumplimientos ni de interpretar la ley, se trata de una vida nueva. Una vida cuyo centro sea el hombre y el amor por el hombre. Una vida con los valores que envuelven la misericordia y el perdón, y que son unidos y cultivados por el amor.
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