(Jn 8,31-42) |
Hoy, Jesús, nos dice: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Sin embargo, nosotros nos consideramos libres, porque consideramos que hemos nacidos libres. Y, porque nuestro concepto de libertad, mal entendido, consiste en hacer lo que nos apetece. De modo que, si hago lo que me da la gana, o lo que se me antoja y satisface, soy libre.
El hecho de pertenecer a la Iglesia y ser bautizado nos da derecho, pensamos, a ser libres. Igual pensaban los judíos de aquellos tiempos y, supongo, también los de hoy, al considerarse hijos del Patriarca Abrahán. Nada más lejos de la realidad, porque la libertad no es decidir lo que quieres, sino hacer lo que debes. Y lo que debes es buscar el bien. El bien de todos y la verdad.
Porque en la verdad está el bien y al hacerlo te experimentas libres y dueño de ti mismo. El bien que, en muchos y determinados momentos de nuestra vida nos exige entrega, renuncia, sacrificio e ir contra la corriente que nos apetece y satisface. Y para eso necesitamos la fe. Sin fe no podemos recibir la Gracia del Bautismo, que nos hace hijos de Dios y herederos de su Gloria. Ni tampoco la herencia de la promesa de salvación.
La cuestión no está ni radica en la consanguineidad, sino en la fe de aquellos que creen en la Palabra del Señor. No se trata de estar, pertenecer, o no pertenecer. Se trata de un problema de fe. Creer y confiar en la Palabra del Señor y perseverar en ella. Porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.