miércoles, 20 de diciembre de 2017

¿ESTOY YO TAMBIÉN ABIERTO A LA GRACIA DE DIOS?

Lc 1,26-38
Nos resulta, sobre todo a aquellos que leemos a diario el Evangelio, muy conocido este relato de la anunciación, y corremos el peligro de que lo veamos como algo ya tan frecuente, año tras año, que no lo miramos con ojos nuevos ni con la atención de la primera vez. Puede incluso ocurrir que lo recibamos como un acontecimiento más del año y pongamos más énfasis en las celebraciones festivas que en el hecho propio del nacimiento del Hijo de Dios. Soy consciente de que corremos ese peligro.

Son días de muchas luces, de mucha algarabía y de muchos acontecimientos, que este año se ven sobresaltado con las elecciones catalanas. El ruido no nos deja pensar: luces, aires de fiestas, mucha gente por las calles, canciones, lotería, elecciones, regalos, compras...etc. Y del nacimiento del Niño, por quien se celebra estas fiestas, poco se sabe. Da la sensación que pasa por debajo de la mesa.

Hay una oración de la Conferencia Episcopal que dice: "Por todos los fieles cristianos, para que al celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, experimenten fortalece en la fe, aprecio por los no nacidos, y la armonía en la familia y en la comunidad cristiana". Tratemos de unirnos a ella y esforcémonos en experimentar esa fortaleza en nuestra fe para llevarla y contagiarla en la familias y las comunidades cristianas.

Porque, la Navidad significa eso, dar nacimiento a Dios en nuestros corazones y vivir la cercanía del dolor de la Virgen al sentirse la elegida y enfrentarse al que dirán, a la reacción y respuesta de su desposado José y todo su entorno familias y social de su época. También tú y yo hemos sido elegidos en y por nuestro Bautismo. Hemos sido ungidos por la Gracia del Espíritu de Dios y configurados como sacerdotes, profetas y reyes, y comprometidos a dar razón de nuestra fe. 

Porque, no es una Noticia cualquiera. Es la Buena Noticia que nos trae la salvación y el perdón de nuestros pecados. Es la Buena Nueva. Nace el Niño Dios dentro de nosotros y, lo hará, en la medida que tú y yo le hagamos un hueco para que, formando su humilde pesebre, nazca en nuestro corazón y nos acompañe todos los días de nuestra vida.

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