Todos hemos experimentado la necesidad de trabajar y, por consiguiente también la exigencia del descanso, pues quien trabaja tendrá que descansar. Sin descanso no se puede continuar la marcha del camino. El camino presupone pararse para, descansado, continuar la marcha. Podríamos concluir que sin descanso no se llega a ninguna parte.
Sin embargo, en este mundo en el que vivimos hay muchos esclavos del poder y la riqueza que se empeñan en no dejar descansar a los demás. Ellos si se toman su buen descanso. Quizás excesivo y algo o muy desproporcionado a sus méritos y trabajo, pero, para ello todo es válido. Sin embargo, someten a otros al esfuerzo casi continúo de vivir para el trabajo sin casi derecho al descanso. Incluso, a muchos como es el caso de los niños, les roban hasta la infancia.
En el Evangelio de hoy, Jesús, el Señor, nos habla de la necesidad de descansar. Llama a sus discípulos, a los que ve cansados y fatigados, y se los lleva a un lugar solitario para que descansen. El descanso nos es necesario, pues nuestra naturaleza humana, agotada y cansada, se regenera y fortalece con él. No digamos de la necesidad al mismo tiempo del sueño, regenerador de nuestras neuronas. Sin lugar a dudas, un buen descanso nos renueva y nos deja como nuevos.
Pero, también el Señor, con su ejemplo y testimonio, nos alienta a extremar todas nuestras capacidades para disponernos a dar descanso a aquellos que, sometidos a la esclavitud de sus propias ambiciones, vicios, apegos, dependencias y drogadicciones se ven atormentados y desorientados y sin lugar para el descanso, que exige cierta paz y tranquilidad.
Miremos al Señor y tratemos de descansar en Él dejándole nuestras cargas e inquietudes para que Él las ponga en camino y las renueve fortaleciéndolas. Porque, sólo en él podemos encontrar reposo y descanso y renovar cada día nuestras fuerzas.
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