A todos nos apetece tomar el camino ancho, espacioso, cómodo, placentero, sin problemas, sin compromiso y apetecible a mis apetencias y gustos. Muchos escondemos nuestros egoísmos en esos autoengaños que justifican nuestra falta de compromiso y responsabilidad. Un, es que no me gusta, o un, es que soy así, tratan de esconder y justificar nuestra actitud irresponsable e infantil.
Porque, muchos seguimos siendo niños durante mucho tiempo, pero niños irresponsables, egoístas, posesivos, mimados y sin compromisos. El camino ancho esconde todas esas actitudes y las justifica de forma demagógica e hipócrita. De tal manera que, puestos en la posibilidad de elegir, todos experimentamos la tentación de inclinarnos al camino ancho y espacioso. Pero, eso no significa que sea el mejor ni el adecuado.
Por otro lado, la experiencia nos descubre que todo lo valioso exige esfuerzo y trabajo. Esa experiencia nos desmonta la elección del camino ancho, porque lo que se consigue fácilmente no tiene la etiqueta de bueno y menos de duradero. Porque, lo bueno cuando no es duradero pierde todo su valor. Todo eso nos lleva a experimentar y saber que es el camino estrecho, que nos exige esfuerzo y duro trabajo, el que nos lleva a lo bueno y duradero.
Experimentamos que es el amor la perla más hermosa que debemos conservar y compartir. Pero, un amor fortalecido y apoyado en lo santo, en lo sagrado, en y por la Gracia de Dios. Un amor que no se tira ni se desperdicia, sino que revierte en aquellos que se abren a la vida de la Gracia y se abandonan en sus Manos. Un amor que, injertado en el Espíritu Santo, da frutos para que sean otros los que los reciban y crezcan también en el amor.
Unos frutos espirituales que no se entrega a aquellos que no los quieren ni los cultivan, porque están sometidos a los bienes materiales del mundo. Unos bienes espirituales que se acrecientan y son bien recibidos en aquellos que se abren a la Gracia de Dios.
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