El pecado se esconde en el fondo de nuestro corazón, porque es allí donde nacen las malas y buenas intenciones, y donde permitimos que nuestros actos u obras sean buenos o malos. El corazón no sólo se ajusta a ley, que es necesaria y nos ayuda a limitar nuestras malas intenciones, sino que la trasciende y le da plenitud. En él se cuecen las verdaderas intenciones y motivaciones que impulsan al ser humano a actuar en verdad y justicia.
Es en el corazón donde se descubre la verdad o mentira de nuestras intenciones. Hoy, Jesús, nos lo señala como centro y motor de la verdad de nuestros actos, y no sólo con nuestras obras, sino basta también con nuestras intenciones. Como puede ser la mirada, la mano o cualquier miembro que pueda alargar y dar respuesta a nuestra verdadera intención.
Indudablemente, también nuestros actos están directamente relacionados con nuestro compromiso y responsabilidad. Buenos o malos, intencionados o mal intencionados, responsables o de forma irresponsables, faltamos a la verdad cuando buscamos nuestro egoísmo, nuestros intereses, nuestras propias satisfacciones y olvidamos el bien, la verdad y la justicia del otro. Es entonces cuando tratamos de ver la verdad en la mentira.
Jesús nos lo describe con extraordinaria exactitud: «Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna».
No se nos esconde que la fidelidad es un compromiso y que, por irresponsabilidad, por egoísmo, por búsqueda de placer, por satisfacciones y otros motivos que cada cual sabe se quebranta, y a lo que Jesús también nos dice: «También se dijo: ‘El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio’. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio».
Nadie puede responder por ti. Serás tú quien saque sus propias conclusiones y purifique sus intenciones desde lo más profundo de su corazón.
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