(Mt 7,21-29 |
Los evangelios de estos días nos descubren la verdadera realidad. Quizás estamos instalados en una serie de buenas prácticas e incluso obras, pero que forman casi parte de nuestras vidas y que nos sirven como justificación de nuestra buena conducta. No quiero decir que no se hagan y que realmente sean buenas obras, sino que puede ocurrir que creamos que con eso ya tenemos para justificar nuestra entrada en el Cielo.
Y hoy, el Señor, pone el dedo en la llaga para decirnos que no podemos quedarnos ni dormirnos en una serie de prácticas y buenas obras programadas e instalarnos en un ritmo de vida cómoda y tranquila. La lucha es constante y las tempestades no cesan, y nuestro camino es camino de mejorar, de avanzar, de crecer y perfeccionarnos. El mundo nos tienta y nos seduce para que nos quedemos en la mediocridad y no nos entregamos totalmente. Y no nos es posible estar en el mundo y, por otro lado, seguir a Jesús.
Seguir a Jesús es olvidarnos del mundo y ponerlo a Él como nuestra máxima prioridad. Eso supone que las cosas del mundo, aún siendo necesarias, las tenemos que poner en segundo lugar y priorizar nuestro servicio y seguimiento al Señor en el cumplimiento de su Voluntad, que conocemos cual es. Eso significa construir sobre roca firme, para que las tempestades de nuestra vida no nos hagan zozobrar y derrumbarnos. La batalla es constante y dependerá de estar apoyado en Jesús y cercano a Él en cada instante de nuestra vida para no ser destruido por las tempestades que nos llegan del mundo.
Si esto nos ocurre debemos reconocer y saber que hemos apoyado nuestra fe en banalidades de este mundo, donde la polilla y la herrumbre roen y destruyen y nuestra fe se viene abajo.
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