Jesús, el Señor, nos ha redimido y ha borrado todas nuestras culpas para siempre. Son tiempos de alegría y de celebraciones. Volver la mirada con nostalgia para lamentarnos y entristecernos no sirve para nada. Cada momento tiene sus tiempos y sus momentos. Ahora ha llegado el Reino de Dios, se ha hecho presente y está, Jesús, con nosotros. Es el Señor, Novio de la Iglesia, el Esposo Eterno que nos consuela y nos acompaña en nuestro camino.
Y que se hace presente bajo las especies de pan y vino en la Eucaristía, y se nos da alimentándonos con su Cuerpo y su Sangre, y fortaleciéndonos para la lucha de cada día. Por tanto, no son momentos de lamentaciones ni de ayunos y sacrificios. Misericordia quiero -Mt 9, 23-, nos dice el Señor. Hemos sido liberados en la Cruz y nuestra cruz de cada día representa nuestra respuesta y nuestros sí al Señor.
Cargar con ella supone renovarnos al inicio de cada amanecer. En ella nos unimos al Señor y en ella mostramos nuestra lucha diaria, nuestro sacrificio y ayuno que nos ayudan a permanecer y perseverar injertados en el Espíritu de Dios que nos fortalece y nos sostiene en la Voluntad del Padre.
Vivamos la alegría de tener al Señor entre nosotros y de vivir en su Amor y Misericordia. Su presencia renueva y perfecciona a todos, pues su Resurrección es el fundamento de nuestra Fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.