Mt 12,46-50 |
Conocemos un parentesco que nos viene dado por vínculos de sangre y que constituyen nuestra familia natural. Sin embargo, por circunstancias de la vida, hay muchos parentescos que vienen constituidos, no por vínculos de sangre, sino por otras relaciones que la vida misma se encarga de unirlos en el vínculo familiar.
Desde el punto de vista espiritual hay un parentesco muy fuerte, que incluso supera al sanguíneo. Todos venimos al mundo dentro de un contexto familiar, al menos así ha sido pensado y dispuesto por Dios, que hace que tengamos una familia unida por vínculos sanguíneos. El hombre, rompiendo ya esa disposición de Dios, ha alterado esas relaciones, rompiendo la familia y alterando el orden natural de la misma. Sin embargo, lo más frecuente es lo más natural, la familia humana unida por vínculos de sangre.
Hoy, en el Evangelio, Jesús nos habla de unos vínculos diferentes y, quizás, mucho más fuerte que los propios vínculos sanguíneos. Se trata del parentesco espiritual. Porque, todos los que, por la fe, tratamos de adaptar nuestra vida a la Voluntad de Dios, conformándola y siguiendo sus enseñanzas y mandatos con sumisa, libre y total obediencia, constituimos una relación fraternal de hermanos, hermanas, padres, madres...etc.
Porque, Jesús lo explica y enseña con claridad meridiana: « ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Supongo que cada cual puede y piensa libremente lo que entienda o quiera, pero, la más grande unidad está bendecida por el amor. Un amor que es el mandato que Dios, nuestro Padre común, nos revela en su Hijo Jesucristo. Por eso, viviendo en esa obediencia y Voluntad del Padre, todos somos hermanos.
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