Mt 23,23-26 |
Nuestro mundo da más importancia a lo exterior, es decir, a la apariencia delante de los demás que a lo interior, es decir a lo que no se ve y se vive en la intimidad. Parece, al menos así se transmite, que lo que verdaderamente importa es lo que se y parece, sin importarnos lo real, que es lo que verdaderamente debe importar.
Y no es así. Todos nos damos cuenta enseguida de que lo importante es lo que ocurre en la realidad, no en las apariencias. La verdad, la sinceridad y el mostrarse con limpieza y honradez, transparentando lo que realmente guardas en tu corazón es el valor fundamental y real de la vida de cualquier persona. Todos huimos de la mentira y, aunque estamos tentados e inclinados a mentir, sabemos y comprendemos que está mal.
Sabemos que aparentar es mentir y engañar a los demás y eso, delante de Dios, es un grave pecado. Porque, es una forma de vivir la mentira que tu corazón esconde y lo contrario a lo que dices y aparentas ser. Sin embargo, incluso no queriendo, caemos. Pero, la esperanza de, por la Misericordia de Dios, tener la oportunidad de levantarnos y reconciliarnos por el Sacramento de la Penitencia con nuestro Padre Dios, es la puerta que Jesús, nuestro Señor, nos ha dejado para, limpios, continuar la marcha.
Lo verdaderamente grave es cuando conscientes de nuestras mentiras, engañamos y aparentamos, resistiéndonos en dejarlas vivir en nuestro corazón y nos instalamos en esa vida de engaños y pecado.
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